El temor es considerada una de las emociones más primitivas, pues su función es prepararnos para la supervivencia, para dar una respuesta rápida y eficaz ante una amenaza. Asimismo, es un mecanismo de defensa, provocado por cosas específicas y que funciona como una alarma psicológica que avisa de amenazas para la integridad física y el bienestar de la persona. Es decir, el temor nos ayuda a protegernos y en principio es bueno.
Aprendimos también que el temor a Dios es un respeto reverente, no obstante, tiene el mismo objetivo en la vida: ADVERTIRNOS PARA DECIDIR LO BÍBLICO EN NUESTRA VIDA. Un hijo de Dios debe vivir en santidad pensando cada decisión y sometiéndola a Cristo.
Esto, claro está, es un gran reto. Nuestras emociones y la lluvia de la cultura actual que proviene de la sabiduría satánica (Santiago 3:15) nos confunde y provoca que olvidemos el temor a Dios y actuemos de manera impulsiva, infantil, tonta, peligrosa y rebelde. Estas acciones dañan nuestra relación con Dios, con los demás, con la naturaleza y con nosotros mismos.
Entonces ¿qué debemos hacer?, debemos hacer lo que nos dice la Escritura:
«Enséñame, oh Jehová, tu camino; caminaré yo en tu verdad; Afirma mi corazón para que tema tu nombre». Salmo 86:11
Primero aprender de la Palabra para andar el camino que el Señor quiere para nosotros. Es decir, andando en el camino de verdad, afirmaremos nuestro corazón enfocándonos en lo que a Dios le interesa, para temer Su nombre y así vivir verdaderamente el cristianismo. Queremos retarte hoy a que tomes decisiones en tu vida, elijas a Dios sobre cualquier otro ídolo: amigos, trabajo, familia, para verdaderamente honrar a Cristo Jesús.
Oremos: “Señor tú sabes que soy débil. A pesar que lo intento, me equivoco. Cuando tomo decisiones no pienso en Ti ni en tu Palabra. Por favor, trata con mi corazón para vivir en tus caminos verdaderamente”. Amén.