“Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” (Marcos 4.37–38)
Cuando comenzamos un nuevo año en la vida terrenal, la mayoría de nosotros tratamos de ser optimistas, pero la verdad es que no sabemos qué nos deparará durante los próximos 365 días que vienen. Prácticamente esto es una cuestión de fe, confiamos en que todo saldrá bien, pero solo Dios lo sabe. Ante tanta incertidumbre que pudiera haber, lo mejor es depositar toda nuestra confianza en el Señor y vivir cada día con fe y con alegría esperando lo mejor de parte del Señor y si viniera alguna prueba, enfrentarla con la mirada puesta en el Señor.
Nuestro texto de hoy inicia con este relato: “pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba”. Un día, en medio de una violenta tempestad que amenazaba la pequeña embarcación de los discípulos de Jesús, ellos no entendían por qué razón su Maestro dormía en medio de la turbulencia, como si la seguridad de sus seguidores no le importara. Mientras el viento soplaba y la barca casi se hundía, Jesús simplemente dormía. Cualquiera podría preguntarse: ¿acaso se puede dormir en medio de una fuerte tempestad que amenaza nuestra vida? ¡Jesús lo hizo! ¿cuál sería el motivo de su tranquilidad?
El pasaje precisa que el Señor “estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal”. La respuesta es sencilla, Jesús confiaba en la voluntad del Padre, su misión no había terminado aún, había mucho tramo que recorrer todavía, la hora de terminar en este mundo todavía no había llegado, entonces, ¿por qué preocuparse? Si Dios tiene cuidado de las aves, ¿cómo no cuidará de sus hijos?
Esa confianza absoluta en la voluntad y el poder eterno de Dios, le hacía descansar seguro en los brazos del Señor. ¿de qué serviría preocuparse? Si al final, quien manda es Dios. Había una profunda convicción de que Dios tiene el mando y el control de cada circunstancia de la vida y que nada le podría suceder antes de que su misión se cumpliera.
Volviendo al pasaje, los apóstoles del Señor lo despertaron y le dijeron: “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” Esa actitud de miedo y zozobra viene de un corazón que ha perdido el rumbo y que no sabe a dónde va, ni de dónde viene. Lo que necesitamos es confiar en Dios, y esto traerá paz y motivo de gozo al espíritu, de saber que él está al mando de todo y que sabe lo que hace.
Este día demos un paso para el gozo al buscar la voluntad de Dios y dejar lo demás a él, sabiendo que, si andamos en sus caminos, no habrá tormenta que nos detenga. ¡Sigamos adelante!
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